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LA VERDADERA MARÍA
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INTRODUCCION
La historia de la Virgen María se encuentra en las Sagradas
Escrituras en las versiones D. Félix Torres Amat, que es la Biblia autorizada
por la Iglesia Católica Romana, y en la versión de la Biblia, llamada
Protestante, de Cipriano de Valera, y especialmente en ambos Nuevos
Testamentos.
Los
autores de los folletos, al hablar de María lo hacen ensalzando su persona
hasta la exageración, aplicándole textos bíblicos tanto del Antiguo como del
Nuevo Testamento en una forma arbitraria.
Por la manera tan ponderante en que ambos escritos presentan a María,
he querido escribir algo sobre el mismo asunto para presentar a LA VERDADERA
MARIA, haciéndolo en una manera sencilla, como humilde y sencilla lo fuera
la madre de Jesús, sin investiduras que no merece, porque no le corresponden.
LA
VERDADERA MARIA
¿Quién
era la Virgen María?
Cuando María fue a visitar a Elisabet, tan pronto la saludo, Elisabet
dijo: "Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu
vientre. ¿Por qué se me concede esto a mí, que la madre de mi Señor venga a mí?
Porque tan pronto como llegó la voz de tu salutación a mis oídos, la criatura
saltó de alegría en mi vientre. Y bienaventurada la que creyó, porque se
cumplirá lo que le fue dicho de parte del Señor. Entonces María dijo:
Engrandece mi alma al Señor; y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador.
Porque ha mirado la bajeza de su sierva; pues he aquí, desde ahora me dirán
bienaventurada todas las generaciones. Porque me ha hecho grandes cosas el
Poderoso; Santo es su nombre, y su misericordia es de generación en generación
a los que le temen. Hizo proezas con su brazo; esparció a los soberbios en el
pensamiento de sus corazones. Quitó de los tronos a los poderosos, y exaltó a
los humildes. A los hambrientos colmó de bienes, y a los ricos envió vacíos.
Socorrió a Israel su siervo, acordándose de la misericordia de la cual habló a
nuestros padres, para con Abraham y su descendencia para siempre" (Lucas
1.42-55).
María era
una joven judía, piadosa de carácter, amable y simpática; su historia se
relaciona con el maravilloso nacimiento de Cristo, cuyo relato se encuentra al
principio de los evangelios de Mateo y Lucas.
La estimación por el carácter de María ha tenido y sigue teniendo sus
extremistas. Por una parte los católicos romanos en su aberración idolátrica se
han hecho mariólatras, es decir, rinden adoración a María. Han deificado a la
humilde judía nazarena (Lucas 1.26,27), a quien colocan, prácticamente, en un
lugar más prominente que Jesús.
Por otra
parte los protestantes, ya por ignorancia o por premura de juicio, consideran a
María como una mujer que simplemente fue la madre de Jesús; la que consideran
como cualquier otra mujer.
Hemos de tener cuidado de no caer en tan vituperables extremos, y debemos
colocar a María en el lugar que le corresponde según la Sagrada Escritura.
Ninguna mujer ha sido tan enaltecida y amada como la humilde y piadosa,
discreta y sufrida Virgen nazarena, modelo de todas las mujeres y de todas las
madres de todas las razas. Esta joven hebrea era una mujer religiosa, que vivía
en íntima comunión con Dios, como puede notarse en la conversación que tuvo con
el ángel cuando le anunció el nacimiento de Jesús (Lucas 1.38).
Exaltación
religiosa de María
En los folletos católicos se habla de María, exaltándola de
acuerdo al espíritu idolátrico del hombre, y no de acuerdo a la verdadera
información real y sencilla de la Sagrada Escritura. No cabe duda, toman la
Escritura, pero la interpretan mal, tratando de hacernos creer que los pasajes
bíblicos que aplican a Jesús se refieren a ella. Esto lo hacen con el fin de
dar fuerza y apoyo a su argumentación en favor de María.
En uno de los folletos ya mencionados: La Virgen María en el Concilio
Vaticano II, pág. 5 e inciso 55, se lee de esta manera: "La Madre del
Mesías en el Antiguo Testamento. Los libros del Antiguo Testamento desde el
Génesis, pero especialmente los profetas, predicen el advenimiento de un
Salvador; por ejemplo, tomando al profeta Isaías en su capítulo 9 y versículo 6
dice: 'Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado
sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios fuerte,
Padre eterno, Príncipe de paz'".
Pero es importante que nosotros observemos que toda la atención la pone
el profeta en el que había de nacer, y no en la madre, y todos los títulos le
corresponden a él y no a ella. Veamos... "Porque un niño nos es
nacido, hijo nos es dado". Esta profecía se refiere, no a
cualquier niño de su tiempo, sino al Mesías, hijo que había de ser del linaje
de David, el don gratuito de Dios para la salvación del mundo (Juan 3.16).
"El principado sobre su hombro". Es
decir, la insignia de su oficio "sobre su hombro", como señal de
autoridad para gobernar, el cual sería Cristo. Con el nacimiento de Jesucristo,
el Padre afirmaría el derecho del gobierno por medio de su Hijo, por ser el "heredero
de todo" (Heb. 1.2) y quien sostendría el reino del Padre (Daniel
7.13,14). Es "Admirable" en el sentido de que este niño
sería digno de admiración, llevando los siguientes títulos: "Consejero,
Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz".
Que se haga mención de un niño, claro que implica naturalmente
que había de nacer de una mujer; pero toda la atención la pone Dios, mediante
el dicho del profeta, en el Mesías, que a su tiempo vendría para salvar al
mundo.
María fue
favorecida por Dios, no exaltada por los hombres
La Iglesia Católica Romana enseña que somos salvos por María la madre
de Jesucristo, y sostiene, "que es la esperanza de todos". Además, le
da los siguientes títulos: "Puerta del cielo, estrella de la mañana,
refugio de pecadores, consuelo de afligidos...", etc. En la Biblia - no la
protestante - sino la católica, no se encuentran esos títulos, ni la más
pequeña revelación que hagan referencia a María como nuestra salvadora.
La Iglesia Romana considera a María "llena de gracia". Cuando el
ángel Gabriel le anunció el nacimiento de Jesús, le dijo: "¡Salve,
muy favorecida! El Señor es contigo; bendita tú entre las mujeres"
(Lucas 1.28). Es decir: Regocíjate ¡oh favorecida! - Este es el significado
original.
La Virgen María no fue más que un instrumento escogido por Dios que ocupó
un lugar especial en el desenvolvimiento de la Historia Sagrada, así como
Abraham, Isaías, Juan el Bautista y otros personajes más, para el desarrollo
del plan divino de nuestra salvación en Cristo.
Si se
dice: "Bendita tú entre las mujeres", no quiere decir
que sea bendita "sobre" ellas, o sobre todas; sino "entre
ellas", no siendo más que un ser humano, distinguido por Dios. Y esto que
fue dicho a ella, ya se había dicho a otras mujeres (Jueces 5.24; Génesis
17.15,16; 24.60).
Otra categórica aclaración de Jesucristo en cuanto al
verdadero papel de María podríamos encontrar en Lucas 11.27,28: "Mientras
él decía estas cosas, una mujer de entre la multitud levantó la voz y le dijo:
Bienaventurado el vientre que te trajo, y los senos que mamaste. Y él dijo:
Antes bienaventurados los que oyen la palabra de Dios, y la guardan".
No se niega que había gracia en María, pero ésta no era para
comunicarla a otros, sino que era el efecto de la divina misericordia que Dios
manifestó en ella. El ángel no quiso lisonjearla, ni elogiarla, simplemente le
anunció la gracia que Dios iba a manifestarle, haciendo que fuese madre del
Salvador del mundo. En esa forma halló la gracia con Dios.
Las veces
que la Escritura menciona a María
Después del regreso de Egipto, María, el niño y José habitaron en
Nazaret (Mateo 2.23). Después de eso se menciona a María sólo cinco veces en la
Historia Sagrada.
En primer lugar, se cita a Jesús a la edad de 12 años, cuando se perdió,
habiéndose quedado en el templo en Jerusalén con los doctores de la ley. José y
María le buscaron, y hallándote, su madre le dijo: "Hijo, ¿por qué
nos has hecho así? He aquí, tu padre y yo te hemos buscado con angustia.
Entonces él les dijo: ¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que en los negocios de
mi Padre me es necesario estar?" (Lucas 2.48,49).
No hay duda que en esta respuesta Jesús expuso una amable censura,
haciéndole ver a María que él no era una persona común y que únicamente
reconocía a su Padre que está en los cielos, para ocuparse en sus asuntos.
En segundo lugar, lo que ocurrió en las bodas de Caná de Galilea (Juan
2.1-5). Allí se encontraba María, la madre de Jesús, bodas a las cuales fueron
invitados Jesús y sus discípulos. Al llegar Jesús, le dijo María:
"No tienen vino", lo que decía esperando alguna acción de su
poder, e insinuando que la circunstancia era su oportunidad.
De inmediato Jesús le dice: "¿Qué tienes conmigo, mujer?
Aún no ha venido mi hora". Con esto Jesús le hace nuevamente una
seria advertencia, diciéndole que él no tiene nada que ver con ella; que los
asuntos de su Padre los tiene que atender él solo, e insinuando que lo haría en
el momento que correspondiera; y así lo entendió María al decir: "Haced
todo lo que os dijere".
En tercer lugar, cuando su madre y sus hermanos querían ver a Jesús. El se
encontraba predicando cuando ellos llegaron. Su madre y sus hermanos querían
hablarle, pero no podían llegar a él por causa de la multitud:
"Y
le dijo uno: He aquí tu madre y tus hermanos están afuera, y te quieren hablar.
Respondiendo él al que le decía esto, dijo: ¿Quién es mi madre, y quiénes son
mis hermanos? Y extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: He aquí mi
madre y mis hermanos. Porque todo aquel que hace la voluntad de mi Padre que
está en los cielos, ése es mi hermano, y hermana, y madre" (Mateo
12.47-50).
Jesús aprovecha el incidente para impartir una interesante
aclaración. El Señor, absorto en las enseñanzas que estaba exponiendo a la
multitud, le parecía aquello una interrupción inoportuna, capaz de disipar la
impresión que estaba dejando en sus oyentes. La influencia de sus parientes más
cercanos no lo obligó a ceder al llamado de ellos. Y dijo: "Todo
aquel que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése es mi
hermano, y hermana, y madre".
El Señor
Jesús no hizo referencia a que había que hacer la voluntad de su madre en el
presente o en el futuro; ni lo enseñó, ni con el ejemplo, ni con la palabra, ni
en ninguna otra forma.
La sumisión filial a la voluntad del Padre que está en los cielos había
de ser el vínculo indisoluble de unión entre Cristo y los suyos, o sea su
iglesia, que como familia cristiana, hace la voluntad de Dios, y no la de
María.
Jesús enseña, en el caso que nos ocupa, que prefiere el parentesco
espiritual al humano y familiar. Para Cristo, su madre María no ejerció ninguna
influencia o autoridad sobre él. Eso implica que si en él no se ejerció ninguna
autoridad o dominio de parte de María, ¿por qué lo hemos de reconocer nosotros?
En cuarto lugar tenemos a Jesús, cuando muestra su cuidado por María, su
madre. En medio de su terrible agonía corporal causada por su crucifixión, no
se olvida de la mujer de quien había nacido, y que iba a dejar. Pero para que
no quedara desamparada, la encomendó a la protección de Juan, su discípulo
amado, y así dice a María: "Mujer, he ahí tu hijo. Después dijo al
discípulo: He ahí tu madre. Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su
casa" (Juan 19.26,27).
No obstante la ternura y el cuidado de Jesús para con María, él no ordena,
en ninguna ocasión, ni aun en sus últimos momentos de vida, que su madre fuese
venerada. Tampoco la dejó como patrona de los pecadores, ni que fuese la reina
del cielo y la tierra. Esta clase de aseveraciones son, completa y totalmente,
ajenas a las enseñanzas bíblicas.
El sentido común, de acuerdo al relato bíblico, nos enseña que habiendo
necesitado María de ajena protección, ¿cómo podría ayudar a los hombres en ir
al cielo, o ser mediadora entre Dios y ellos?
La última referencia bíblica de María la encontramos en
Hechos 1.14 que dice: "Todos éstos perseveraban unánimes en oración
y ruego, con las mujeres, y con María la madre de Jesús, y con sus
hermanos".
Se distingue a María en relación con las otras mujeres, pero sólo
para identificarla, no dando ninguna indicación de que ella tuviese
preeminencia alguna sobre los discípulos. Ella se encuentra entre los demás
orando al Cristo glorificado. La fábula de la Asunción de María no tiene ningún
fundamento, ni aun en la tradición.
Llama la atención aquí, que ni Lucas, el autor del libro de los
Hechos, que nos da la última noticia de María, ni los mismos discípulos
reunidos como estaban, le tributasen a María distinción y homenaje religioso
por haber sido la madre del Salvador.
Después de esto, María entra en una completa oscuridad. Ya no se vuelve a
saber más de ella. Pero la Iglesia Católica Romana, basándose en la tradición,
la ensalza y la venera. La tradición católica romana añade cosas a los Escritos
Sagrados, sin tomar en cuenta que lo que se escribió es suficiente, "para
que creyendo, tengáis vida en su nombre" (Juan 20.30,31).
Los dogmas, enseñanzas y prácticas idolátricas de la Iglesia Católica
Romana, no se cimientan en la Sagrada Escritura, sino en la tradición.
Entendiendo la Escritura, ya no es necesario el argumento de la tradición. Las
cosas que enseña la Biblia las aceptamos no por ser tradiciones, sino por estar
fundadas en la palabra de Dios.
No hay en toda la Historia
Sagrada ninguna evidencia que autorice a María como mediadora entre Dios y los
hombres
El ladrón
en la cruz, a la hora de su agonía, clamó directamente a Jesús: "Acuérdate
de mí cuando vengas en tu reino" (Lucas 23.42).
El caso de Esteban, el primer mártir del cristianismo, cuando ya
estaba para morir apedreado por los judíos, no se dirige a María, sino que dice
con toda certeza, fe y convicción: "Señor Jesús, recibe mí
espíritu" (Hechos 7.59). Y en versículo 55 del mismo capítulo,
"vio la gloria de Dios, y a Jesús que estaba a la diestra de Dios".
Fue el Señor Jesús el que salió al encuentro de Saulo cuando se convirtió al
cristianismo y le hizo oír su voz: "Saulo, Saulo, ¿por qué me
persigues? El dijo: ¿Quién eres, Señor? Y le dijo: Yo soy Jesús, a quien tú
persigues" (Hechos 9.4,5).
No es María la que obra para la conversión de Pablo, sino
Jesucristo; y desde entonces, Cristo fue para Pablo el tema de todas sus
predicaciones y escritos, y nunca María.
Si María era tan prominente,
según el decir de los folletos ¿por qué los cristianos del primer siglo no le
dirigieron sus oraciones?
Sabemos por el Nuevo Testamento, que desde un principio todas las
oraciones serían dirigidas a Dios únicamente por medio de nuestro Señor
Jesucristo, pues dijo el Señor: "todo lo que pidiereis al Padre en
mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo"
(Juan 14.13).
¿Acaso dijo Cristo: "Todo lo que pidiereis al Padre en el nombre
de María mi madre, esto haré"? Para nada se toma en cuenta el nombre de
María, ni en las oraciones de los cristianos, ni antes, ni después de las
predicaciones de los apóstoles.
Aun más, ni en el libro de los Hechos de los Apóstoles, ni en las
epístolas, ni en el libro de Apocalipsis se hace mención que sea María a quien
se deba dirigir las oraciones.
En una forma más intima, Juan, el discípulo de Cristo a quien dejó el
cuidado de María, no hace mención de la oración dirigida a ella. Ni Pedro, a
quien considera la Iglesia Católica Romana como el primer papa, que nunca
estuvo en Roma, menciona que se habían de dirigir las oraciones a María.
Fue la misma Iglesia Católica Romana la que más tarde inventó el
culto y adoración a María, como quedó establecido en el año 431 d. de C., para
desarrollarse más cada siglo, y a quien pondría como intercesora.
María no
es la intercesora en la iglesia
Si la Virgen María es la intercesora de los pecadores, entonces la
Sagrada Escritura está equivocada al decir: "Porque hay un solo
Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, el cual
se dio a sí mismo en rescate por todos, de lo cual se dio testimonio a su
debido tiempo" (1 Timoteo 2.5,6). No se señala a otra persona como
nuestro mediador sino a nuestro Señor Jesucristo.
Establecer entre Dios y los hombres a otros mediadores, incluyendo
especialmente a María, es contradecir las palabras sagradas y negar a Cristo su
obra redentora. Hay una gran cantidad de textos bíblicos que confirman que la
salvación e intercesión es lograda solamente por medio de Jesucristo (Juan
17.11; Hebreos 7.25; 1 Juan 2.1, etc.).
Cristo
dijo que "edificaría su iglesia", pero no iba a ser en
Pedro, menos en María, sino en él mismo (1 Corintios 3.11; Efesios 2.20). Por
tal motivo, la verdadera iglesia reconoce a Cristo únicamente, como Cabeza. Es
nuestro Sumo Sacerdote o Pontífice, misericordioso y fiel; que abrió un camino
para llegar a Dios por medio de sí mismo.
En el folleto titulado: La Virgen María en el Concilio
Vaticano II, en el párrafo 62 se lee: "Por eso la bienaventurada Virgen en la
Iglesia es invocada con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro,
Mediadora".
Esto no lo dice la iglesia del Nuevo Testamento, lo dice el folleto
de acuerdo a la ideología católica y en relación con el Concilio Vaticano II.
Se ha venido probando, con la verdad histórica de ambas Biblias, que la iglesia
del Nuevo Testamento nunca invocó a María y menos le atribuyó los títulos que
le dieran siglos después.
Esto indica que la Iglesia Católica Romana no es la verdadera;
nunca ha hablado con la verdad, se sale de ella para basarse en tradiciones,
desconociendo la enseñanza original que es la Sagrada Escritura.
En toda la historia de la iglesia de Cristo, desde su principio, en su
desarrollo en Palestina, en Asia, en Europa, en Egipto, en otras muchas partes
del mundo, y hasta nuestros días no se hace ni se está haciendo referencia a
María para venerarla y rendirle culto.
En conclusión, todo lo que se diga de ella rodeándola de atributos y
títulos en relación con la iglesia, no tiene ninguna autoridad bíblica.
Invención
humana
¿De dónde toma de Iglesia Romana la autoridad para rendir culto a
María, cuando que ni aun en la propia Biblia Católica Romana encontramos, ni
siquiera, una línea que indique que es ella a quien se debe recurrir para
nuestra salvación?
"Fue
en el año 431 de nuestra era, en el Sínodo de Efeso, al condenar a Nestorio
porque negaba que María era la madre de Dios. Esto hizo eco en la veneración
creciente del pueblo: Cuando los padres salieron del local donde se habían
reunido en concilio, las masas los acompañaron por las calles de la ciudad
llevando antorchas encendidas y quemando incienso. El culto a María, dice
Steitz, quedó establecido ese día y se desarrolló más cada siglo. Y en el año
906 d. de C., se estableció el dogma para la adoración de María".
Protestas
No faltó quien levantara la voz para protestar en contra de ese abuso.
Cuando los canónigos de la Catedral de Lyon introdujeron el día 8 de diciembre
de 1139 la fiesta de la Inmaculada Concepción de María, Bernardo de Clairveaux,
el varón más santo de su época, protestó enérgicamente en contra de dicha
innovación, diciendo que, con la misma razón, se podían establecer días de
fiesta conmemorativos de la concepción de la madre, abuela y bisabuela de María
y así sucesivamente hasta nuestra madre Eva.
Muchos profesores de teología estaban también opuestos al desarrollo de
la mariolatría, entre los cuales puede mencionarse a Anselmo, Tomás de Aquino y
Alberto Magno. Más tarde, en 1693, Adrián Baillet, insistió en que el culto a
María no es sino una mera adulación y abogó por la reforma de las costumbres
que prevalecían. Muratorio (1723) admite que el culto a María puede ser útil,
pero niega que sea necesario. En 1784 el emperador José II mandó quitar de los
altares todos los pequeños corazones, manos y pies de oro o de plata que se
habían ofrecido a María como votos.
Es una coincidencia singular el hecho que, al mismo tiempo
que se obedecía esta orden real, Alfonso de Logorio daba a la prensa, en la
ciudad de Venecia, su "Gloria de María", yendo en esa obra más allá
de todos sus contemporáneos en sus asertos fantásticos y fábulas visionarias
respecto de la madre de Jesús (Historia Compendiada de la Iglesia Cristiana
por Juan Fletcher Hurst, Doctor en Teología y Leyes, Capt. XXXIV, "El
Culto a María", págs. 490 y 491).
María no
salva
Ningún poder ni autoridad tiene María para salvar al hombre. Ella
misma tuvo necesidad de un Salvador - así se lo expresó el ángel en Nazaret al
anunciarle el nacimiento de Jesús según la Biblia Romana: "Dios te
salve llena de gracia, el Señor es contigo..." (Lucas 1.28). Y en
versículo 47 del mismo capítulo, contestando María a Elisabet, dice María:
"Y mi espíritu está transportado de gozo en el Dios Salvador mío".
Todo esto no ha sido más que pura invención de la Iglesia Católica Romana
como lo son casi todas sus prácticas, doctrinas, ceremonias y demás actos que
enseña, la mayoría de lo cual no tiene autoridad divina; por lo que ante Dios,
no tiene ningún valor. Las cosas religiosas de la Iglesia Católica Romana no
tienen más que una apariencia de sabiduría porque nacen de una falsa piedad, de
un principio equivocado y de una humildad exagerada.
El culto y prácticas religiosas de la Iglesia Católica Romana son
"según los preceptos y enseñanzas de los hombres" y no de Dios. Pasan
quizá como sabiduría, pero carecen de la verdad. Hacen una manifestación
exterior y pública de actos religiosos. Y como dice la Biblia - la propia
versión Católica Romana: "No obstante que todas estas cosas,
prescritas por ordenanzas y doctrinas humanas, son tales, que se destruyen con
el uso mismo que de ellas se hace" (Colosenses 2.22).
Si la Sagrada Escritura, aun la Católica Romana, no apoya en ninguna de
sus partes el culto a María por haber sido la madre de Jesús, menos apoya el
culto y veneración a la multitud de imágenes que son representaciones en
pintura o escultura de la divinidad y de santos, hechas de material.
Ni enseña tampoco la fe y confianza en reliquias, medallas, escapularios,
rosarios, novenas, misas, rezos, aceites, aguas benditas, velas, veladoras,
huesos, cabellos, etc. Todos los cuales son invenciones de los hombres.
Lo que
enseña la Escritura acerca de la iglesia
En las páginas del Nuevo Testamento se nos habla de la única
institución que estableció Cristo, y que se llama IGLESIA DE CRISTO, de la cual
él mismo es la Cabeza (Colosenses 1.18). No lo es Pedro ni el papa. El papado
comenzó en el año 608 d. de C., mucho después del establecimiento de la
iglesia, suceso que tuvo lugar aproximadamente en el año 33 de la vida de Jesús
en el primer siglo; y no fue en Roma ni en ningún otro lugar, sino en Jerusalén
(Hechos 2).
En la iglesia de Jesucristo él es el centro inconfundible de la verdad
cristiana, donde rige únicamente su doctrina y la de sus apóstoles, a quienes
les dio autoridad (Mateo 28.18-20). Y dice la Escritura que "nadie
puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo"
(1 Corintios 3.11). ¿Y el fundamento de la Iglesia Romana? Ese fundamento no es
reconocido por Dios; al respecto dijo Cristo: "Toda planta que no
plantó mi Padre celestial, será desarraigada" (Mateo 15.13). Ese
fundamento fue puesto por los hombres, mientras que el fundamento verdadero fue
puesto por Dios, que es Jesucristo.
Y sigue
diciendo la Escritura: en esta parte se cita lo que dice la Versión Católica
Romana Torres Amat. "Este Jesús es aquella piedra que vosotros
desechasteis al edificar". Esta es una cita profética tomada del
Salmo 118, versículo 22 que el Señor Jesús había tomado para aplicársela a sí
mismo, en el curso de una controversia con sus adversarios - los principales
sacerdotes (Marcos 11.27; 12.10,11).
Pero ahora debe llamarnos la atención que es Pedro, quien en una manera
admirable y osada, hace aplicación de las mismas palabras; pero no se las
aplica a sí mismo como lo hace la Iglesia Católica Romana, sino a Cristo. Y lo
hace cuando el hecho del rechazamiento había sido consumado, y el rechazado
había llegado a ser "LA PRINCIPAL PIEDRA DEL ANGULO".
"Por
lo cual también contiene la Escritura: He aquí, pongo en Sion la principal
piedra del ángulo, escogida, preciosa: y el que creyere en él, no será
avergonzado" (1 Pedro 2.6).
Pedro, con lo que dijera, en la forma tan clara, enfática y
terminante, sigue hoy acusando a los adversarios de la Verdad así como lo
hiciera con los de su tiempo (Hechos 4.11), que eran, y son por cierto, los más
religiosos. Se puso el cimiento de la casa, pero desecharon la piedra angular,
la que había de sostener el verdadero edificio, la iglesia verdadera.
Y por fin
dice Pedro: "Este Jesús... ha venido a ser cabeza del ángulo. Y en
ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los
hombres, en que podamos ser salvos" (Hechos 4.11,12).
Esta es la gran verdad que sostiene y enseña la Sagrada Escritura. Pero
los falsos edificadores han desechado a Cristo el Salvador y han puesto,
indebidamente en su lugar, el nombre de María a quien consideran como Reina del
Universo; no queriendo reconocer que Cristo Jesús es el que tiene toda
autoridad en el cielo y en la tierra (Mateo 28.18). Por tal motivo es llamado
en Apocalipsis 17.14:
"SEÑOR
DE SEÑORES Y REY DE REYES"
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