lunes, 16 de julio de 2012

Jocabed


  • Jocabed

"Por la fe, Moisés, cuando nació, fue escondido por sus padres durante tres meses" (Hebreos 11:23).

Léase: Exodo 2:1-10; 6:20

Jocabed ha sido incluída en Hebreos 11 entre "la gran nube de testigos" cuyas vidas y actividades dieron testimonio de su fe. Era de la tribu de Leví. De Exodo 6:20 deducimos que sería de mayor edad que su marido Amram, pues era su tía. Un matrimonio así fue prohibido más tarde, pero durante el período de la confusión de Egipto fue permitido.
Era el tiempo en que Faraón ordenó que los hebreos echaran los hijos varones recién nacidos en el Nilo. Jocabed tenía, por lo menos, dos hijos: uno, Miriam o María, ya crecida para este tiempo. Otro, Aarón, un rapaz de tres años. Otra vez queda en cinta. Quizás había orado para no volver a quedar en cinta, a fin de evitar una tragedia. Pero con el hijo en camino, quizá desearía que fuera otra niña. Si fuera un niño no sería posible resistir la orden de darle muerte.No es difícil imaginarse la lucha interna en el corazón de Jocabed durante estos meses de embarazo. cuando al fin ha dado a luz la respuesta es: "Sí, es un niño."Pero el dolor maternal transforma a Jocabed en una heroína. Va a luchar por el hijo. Esta decisión fue remachada al ver que el niño "era hermoso" (Exodo 2:3, Hechos 7:20 y Hebreos 11:23). ¿Hermoso? ¡Que madre no considera que su hijo es hermoso? Pero Hechos 7:20 añade unas palabras que nos dan más luz: "Hermoso a los ojos de Dios."
Jocabed captó esta hermosura, algo del otro mundo, celestial, resplandeciendo en las facciones del niño. Jocabed pensaría que aquel pequeño ser que descansaba en su regazo había sido enviado directamente por Dios. Era una intuición que adivinaba el propósito divino. La fe se mezcló con el amor, y armada de los dos decidió que tenía que salvar el niño a toda costa.
No sabemos cómo consiguió esconder al niño Moisés durante sus tres primeros meses. La imaginación de una madre hace prodigios. Pero llegó pronto el momento en que el niño, robusto y sano, habría llamado la atención de alguien con sus lloros y gritos. "No pudiendo, pues, ocultarle más tiempo, tomo una arquilla de juncos y la calafateó con asfalto y brea, y colocó en ella al niño y lo puso en un carrizal a la orilla del rio." María se quedó a una corta distancia observando. El resto todo el mundo lo sabe. Al ocurrir el maravilloso salvamento. "¡Madre, madre!", correría alocada a su casa. "Una señora muy importante quiere que críes a Moisés."
Es imposible describir con palabras el dolor y angustia que sufren algunas madres por sus hijos. El dolor en el parto, el ver al niño enfermo en la cuna con el rostro ardiente por fiebre, la ansiedad del futuro incierto que se cierne sobre ellos, y sobre todo saber que han traído al mundo un ser con un alma y tienen que dar cuenta de ella a Dios por la forma en que lo han criado. Pero, ¡oh!, el gozo de poder decir, como decimos de Jocabed: "Su fe salvó al niño."

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