lunes, 21 de noviembre de 2011

Alabanza.


Alabanza.
La Biblia está llena de alabanza y adoración a Dios. La alabanza puede definirse como un homenaje a Dios por sus criaturas en adoración a su persona y en agradecimiento por sus favores y bendiciones. Los ángeles que sobresalen por su poder rinden su adoración al Señor (Sal. 103:20). Sus voces se elevaron en adoración en el nacimiento de Cristo (Lc. 2:13-14), y en los días de tribulación que vendrán ellos unirán sus voces para exclamar "El Cordero que fue inmolado es digno..." (Ap. 5:11-12). Israel rinde alabanza a Dios, especialmente en los Salmos de Alabanza (Sal. 113-118). No únicamente Israel, sino todos los que sirven a Dios, el cielo y la tierra, los mares y todo lo que en ellos se mueve; en efecto todo lo que tiene respiración debe rendir alabanza al Señor (Sal. 135:1-2; 69:34; 150:6). A Dios puede alabársele con instrumentos musicales y con canciones (Sal. 150:3-5; 104:33). Los sacrificios (Lv. 7:13), testimonios (Sal. 66:16), y oraciones (Col. 1:3) son también actividades donde la alabanza encuentra expresión. La alabanza puede ser pública y también privada (Sal. 96:3); puede ser una emoción íntima (Sal. 4:7) o una declaración externa (Sal. 51:15). Se tributa a Dios por su salvación (Sal. 40:10) así como por la grandeza de sus obras maravillosas (Ap. 15:3,4). El debería ser alabado por sus cualidades inherentes, su majestad (Sal. 104:1) y santidad (ls. 6:3). Ocasionalmente la alabanza tiene al hombre como su objeto, en cual caso el elogio puede ser valioso (Pr. 31:28, 31) o sin valor (Mt. 6:2). El apóstol Pablo buscó la gloria de Dios antes que la alabanza de los hombres (1 Ts. 2:6), aunque reconoció una alabanza legítima como un tributo por un servicio cristiano distinguido (2 Co. 8:18). Tal alabanza puede ser un incentivo para una vida santa (Fil. 4:8).


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