domingo, 10 de julio de 2011

El Amor Encontró el Camino

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Editado e impreso por PUBLICACIONES
INTERAMERICANAS División Hispana de la Pacific

El Amor
Encontró el Camino
Susana y Consuelo habían sido amigas íntimas desde
el día en que se conocieron por primera vez en el jardín
de infantes. Les encantaba jugar juntas y reírse con las
gracias de la ardilla que la maestra traía a la escuela
en una pequeña jaula. Cuando se mecían suavemente
en los columpios, compartían sus secretos, y más tarde
—al mediodía— almorzaban juntas bajo la sombra de
un sauce llorón. Era tan bueno tener una amiga.
Pero ayer de mañana Consuelo no asistió a la
escuela. En la tarde la maestra anunció a la clase que
Consuelo no vendría nunca más. Había ocurrido un
trágico accidente, informó la maestra, y Consuelo había
muerto.
Cuando su padre regresó del trabajo, Susana no lo
estaba esperando en la puerta para darle un abrazo,
como siempre lo hacía. "¿Dónde está Susana?", le preguntó
a su esposa.
—Está en su habitación —contestó su esposa con una
expresión de preocupación en el rostro—. Algo pasó en
la escuela. No estoy segura qué fue. Creo que debes hablar
con ella.
Tocó suavemente la puerta y la niña respondió: "Entra".
Su voz parecía calmada y pensativa, en nada parecida
a su forma usual de hablar.
—Hola, hijita —dijo el padre, y se sentó a su lado en
la cama mientras le pasaba la mano por la abundante
cabellera de color pardo-—. ¿Cómo te fue hoy?
Susana no contestó. Finalmente, subió a sus piernas
y reposó su cabeza en el pecho paterno, como lo hacía
cada vez que quería discutir algún asunto serio.
-¿Papá?
—¿Sí, mi amor?
Tragó en seco y luego lo miró a los ojos. "¿Papá, por
qué mueren los niñitos?"
¿Por qué mueren los niños? ¡Qué pregunta!
De todas las preguntas acerca de lo que ocurre en
nuestro mundo, ésta es una de las más difíciles de contestar.
La muerte y el sufrimiento de los inocentes es
muy difícil de explicar de una manera satisfactoria a los
adultos, cuanto más a niños pequeños.
El padre de Susana se sintió abrumado por la pregunta.
¿No le sucedería lo mismo a usted? Pocos de nosotros
estamos preparados para explicar estos asuntos.
Preferimos dejárselos a los expertos. Pero a veces estamos
obligados a considerar una respuesta.
Una situación así puede hacernos pensar muy seriamente.
La pregunta detrás de la pregunta
Detrás de la pregunta de Susana se encuentra otra
de consecuencias más profundas: ¿Por qué Dios, si es un
Dios amante, permite que ocurran tales cosas? ¿Se ha
preguntado esto alguna vez?
Si Dios es todopoderoso y en verdad conoce todo lo
que sucede en el mundo, ¿cómo puede permanecer inmutable
mientras hombres, mujeres y niños inocentes
sufren y mueren? ¿Cómo podemos creer que nos ama si
permite que esto ocurra?
Desde luego, Dios no ha "permanecido sin hacer
nada". Tampoco ahora se encuentra inactivo. Lo que él
ha hecho —y está haciendo— constituye la historia más
sorprendente que alguna vez pudiera escucharse. Y esa
historia, llamada el "plan de salvación", es el tema de
este libro.
La respuesta verdadera a la pregunta de Susana, y a
otras preguntas difíciles como la de ella, puede descubrirse
sólo cuando estamos dispuestos a considerar objetivamente
el problema para obtener una perspectiva
más amplia. Sólo cuando entendemos el plan de salvación
en sus aspectos universales y personales es que
somos capaces de descubrir el significado de estos misterios
tan profundos.
Para hacer esto, debemos regresar en el tiempo.
Hacia el momento cuando aún no había nacido ningún
ser humano. Cuando Dios estaba planeando la creación
de la Tierra.
Conflicto en el cielo
Había problemas en el cielo.
Es difícil imaginarnos cómo podrían existir problemas
en un mundo perfecto. Pero sí los había. Y grandes.
La Biblia nos da algunos detalles acerca de esta época
distante, pero sólo en términos más bien generales. Las
palabras introductorias del Evangelio según San Juan
son: "En el principio era el Verbo, y el Verbo era con
Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con
Dios. Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada
de lo que ha sido hecho, fue hecho" (S. Juan 1:1-3). En
el versículo 14 de ese capítulo aprendemos que "el
Verbo" se refiere a Jesús, el Hijo de Dios, quien dejó el
cielo y vino a la tierra a vivir como un hombre.
La mente humana tiene dificultad para entender la
sorprendente afirmación que se encuentra en este
pasaje: que Jesús es de alguna manera Dios y hombre,
uno con Dios, pero a la misma vez separado de su
Padre. La naturaleza de Dios es un tema que probablemente
nunca entenderemos plenamente. Todo lo que
sabemos es que Jesús vivió con su Padre antes de la
creación de cualquier cosa y que, de hecho, él fue el
agente activo en dicha creación. En el libro de Hebreos,
leemos:
"En estos postreros días [Dios] nos ha hablado
por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo,
y por quien asimismo hizo el universo; el cual,
siendo el resplandor de su gloria, y la imagen
misma de su sustancia, y quien sustenta todas
las cosas con la palabra de su poder... se sentó a
la diestra de la Majestad en las alturas" (Hebreos
1:2-3).
Si usted tiene dificultades para captar el concepto de
un momento cuando Dios creó todo el universo por medio
de su Hijo, no se preocupe. Está en buena compañía.
Teólogos, filósofos y científicos a través de todas las épocas
han batallado con este pensamiento y aún no lo entienden.
Tampoco sabemos en realidad por qué Dios, cuya presencia
colmaba toda la eternidad, decidió crear a otros
seres vivientes, aparte de sí mismo. Nos alegramos de
que lo haya hecho, de otra manera no estaríamos aquí;
pero no podemos comprender enteramente sus motivaciones.
¿Se encontraría solo? ¿Se sentirá solo un ser
como Dios? ¿O será que necesitaba alguna distracción?
Si esto es lo que buscaba, creo que obtuvo lo que quería.
Me gusta pensar que hay un deseo de compartir dentro
del corazón de Dios: un deseo que se refleja pálidamente
y en contadas ocasiones, en la naturaleza humana.
Cuando trato de enseñarles a mis dos hijos que compartan
sus juguetes entre sí, en un sentido estoy tratando
de cultivar en ellos un aspecto de su herencia
como hijos de Dios. El deseo genuino de compartir es
uno de los hábitos de conducta más nobles que podamos
adquirir y representa de manera distintiva lo que conocemos
acerca de Dios. Como muchos de nosotros, sin
embargo, mis hijos aún no sienten entusiasmo en cuanto
al proceso de compartir.
Otra forma de decir lo mismo es la de observar que
Dios es un Dios de amor, y el amor necesita un objeto.
Para que el amor de Dios alcanzara su expresión máxi-
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ma, él necesitaba a seres humanos que lo correspondieran
con su propio amor.
El comienzo de la creación de Dios
Sabemos sin lugar a dudas que hubo un momento en
el cual Dios decidió que ya no estaría solo. Decidió entonces
crear seres vivientes que compartieran su existencia.
Una de las primeras acciones de Dios fue la de crear
lugares en los cuales sus hijos vivieran. El cielo fue probablemente
el primero de todos, y luego Dios creó otros
mundos semejantes a la Tierra. No sabemos cuántos
creó, ni cuántos tipos de seres pudo haber colocado en
ellos, pero es muy probable que de la misma manera en
que el arco iris tiene muchos colores diferentes, Dios
pudo haber creado seres de muchas clases diferentes.
El cielo siempre ha fascinado a escritores de temas
religiosos y ha sido el objeto de extensa especulación. No
obstante, en realidad no conocemos muchos detalles específicos
acerca del mismo. No sabemos si se trata de un
lugar en algún mundo que gira alrededor de una estrella
distante. No sabemos si se encuentra cerca de nosotros
en otra dimensión o en un plano de existencia diferente
al nuestro. Ni siquiera sabemos si tiene una existencia
física semejante a la de la Tierra.
Debido a que somos seres físicos incapaces de concebir
algún otro orden de existencia aparte del nuestro, es
más práctico para nosotros pensar que el cielo se parece
a nuestra Tierra en muchas maneras. Hay aire para
respirar y alimentos para comer. Hay calles y casas.
Hay parques hermosamente delineados. Se nos dice en
el libro de Apocalipsis que por lo menos tiene una gigantesca
ciudad, llamada la Nueva Jerusalén, la ciudad
santa (ver Apocalipsis 21:1-4).
También hay seres vivientes.
Dios creó a estos seres, conocidos como ángeles, como
nosotros en ciertos sentidos, pero diferentes en otros.
Sabemos específicamente que sirven a Dios en forma directa,
a veces ocupándose de sus asuntos aquí en la Tierra.
Muchos pasajes bíblicos se refieren a ángeles. Algunos
de ellos incluso mencionan sus nombres, tales como
Lucifer y Gabriel. Pero es muy poca la información específica
sobre estos admirables ciudadanos del cielo.
El detalle más importante acerca del cielo es que, de
alguna manera especial, Dios mora allí. ¿Cómo es que
un ser que está en todas partes al mismo tiempo puede
estar en un lugar particular más que en los demás?
Esta es una de esas sorprendentes paradojas que parten
del hecho de que somos seres humanos tratando de entender
lo Divino. Supongo que podría compararse a una
hormiga tratando de entender una computadora, o a la
mente que pudo originarla.
El libre albedrío: el gran experimento de Dios
¿Cuánto tiempo estuvo Dios en el cielo con sus ángeles
antes de que el problema —llamado posteriormente
pecado— comenzara a surgir? La respuesta no está registrada.
Pudo haber sido un millón de años o sólo unos
días.
Algo que podemos suponer sin temor a equivocarnos
es que Dios ejercía un gobierno perfecto del cielo. Su actitud
era amorosa, justa y equitativa. No tuvo la culpa
por los problemas que se desarrollaron, excepto en el
sentido de que creó a seres vivientes con la capacidad
de actuar independientemente de él. Esa capacidad es la
que creó la oportunidad para que los problemas se desarrollasen.
¿Alguna vez se ha preguntado por qué Dios abrió la
puerta de oportunidad al pecado? ¿Será que se le "pasó"
algo? ¿Se trató de un error fundamental de su parte?
Al contrario, todo estuvo relacionado directamente
con el carácter de Dios. El libre albedrío era el gran experimento
de amor de Dios. Al permitir que sus criaturas
tomaran sus propias decisiones, Dios les dio algo
muy especial de sí mismo. Fue una decisión originada
en el amante corazón de Dios. Seres con libre albedrío
podían escoger estar más cerca de Dios. Pero también
podían escoger alejarse de él y andar por caminos de rebeldía
y destrucción. En la mente de Dios, valía la pena
correr el riesgo.
El surgimiento del pecado
El que una poderosa figura en el cielo de Dios decidiera
un día separarse de su Creador, de una manera
inexplicable, es un suceso histórico trágico. Ese ser se
llamaba Lucifer. Es evidente que Lucifer era uno de los
ángeles más excelsos, un ser cuyo ministerio se desarrollaba
cerca del trono mismo de Dios.
Los eruditos bíblicos generalmente concuerdan en que
las palabras de Ezequiel 28, dirigidas simbólicamente al
rey de Tiro, se refieren en forma especial a Lucifer. Se
lo describe en este pasaje como el "querubín... protector"
(vers. 14) y como el "sello de la perfección, lleno de sabiduría,
y acabado de hermosura" (vers. 12). También se
indica que estuvo en el jardín del Edén (vers. 13) y en
el "monte de Dios" (vers. 16).
En resumen, era uno de los ángeles más importantes
de todos, un ser al cual Dios había conferido honores
excelentísimos. Esto hace que su caída sea aun más inexplicable.
El versículo clave para explicar la caída de este
ser majestuoso es el 15: "Perfecto eras en todos tus caminos
desde el día que fuiste creado, hasta que se halló
en ti maldad".
En la Biblia no se trata de explicar por qué este
poderoso personaje sucumbió a la maldad (pecado), ni
siquiera cómo fue que esto ocurrió. Sólo dice que se la
"halló" en su corazón. Nadie sabe cuánto tiempo los instintos
malignos se mantuvieron agazapados en el corazón
de Lucifer antes de surgir a la luz. Pero finalmente
así fue. Mientras que no sabemos por qué Lucifer pecó,
sí sabemos el proceso que esto implicó: "Se enalteció tu
corazón a causa de tu hermosura, corrompiste tu sabiduría
a causa de tu esplendor" (vers. 17). Como resultado,
Lucifer, la estrella más brillante en el firmamento,
se convirtió en la siniestra figura conocida en la Biblia
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como Satanás, el diablo.
Guerra en el cielo
Luego que el pecado surgió en el corazón de Lucifer,
no se satisfizo con apartarse de Dios por sí solo. Sacudió
todo el cielo e instigó una rebelión abierta contra Dios.
En el libro de Apocalipsis, leemos:
"Hubo una gran batalla en el cielo: Miguel y
sus ángeles luchaban contra el dragón; y luchaban
el dragón y sus ángeles; pero no prevalecieron,
ni se halló ya lugar para ellos en el
cielo. Y fue lanzado fuera el gran dragón, la serpiente
antigua, que se llama diablo y Satanás, el
cual engaña al mundo entero; fue arrojado a la
tierra, y sus ángeles fueron arrojados con él"
{Apocalipsis 12:7-9).
En realidad, no sabemos qué forma tuvo esta batalla
celestial. La Biblia no provee muchos detalles específicos.
¿Fue una guerra física, con armas, tanques y equipos
termonucleares? ¿Fue una batalla psicológica, librada
por medio de reclamos y contrarreclamos, una guerra
para las mentes de los ciudadanos del cielo? Esto último
parece ser lo más probable; pero lo importante es que
Satanás perdió la batalla y fue lanzado a este mundo.
La Biblia revela que Satanás fue capaz de arrastrar a
un tercio completo de los ángeles en su rebelión (Apocalipsis
12:4).
Asuntos centrales en el gran conflicto
¿Cuáles fueron los asuntos sobre los que se libró este
conflicto? ¿Era sólo una rencilla sobre quién sería el
"jefe" del cielo? ¿O habría asuntos más profundos y fundamentales
en juego?
Hay un libro en la Biblia que parece que fue incluido
para iluminar nuestra comprensión del gran conflicto
entre Dios y Satanás, el libro de Job. En este libro se
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presenta una interesante escena:
"Un día vinieron a presentarse delante de Jehová
los hijos de Dios, entre los cuales vino también
Satanás. Y dijo Jehová a Satanás: ¿De
dónde vienes? Respondiendo Satanás a Jehová,
dijo: De rodear la tierra y de andar por ella"
(Job 1:6-7).
Un diálogo sigue: más aún, una secuencia de eventos
en la cual una de las criaturas fieles a Dios sobre la
Tierra, un hombre llamado Job, se convierte en el foco
de una batalla de voluntades entre Dios y Satanás.
Todo el libro de Job presenta una batalla cuyo botín
era la mente y la lealtad de Job. Es una historia compleja,
pero si usted lee todo el libro, descubrirá que lo
que realmente está en juego es el carácter de Dios.
Satanás asegura que Job no sirve a Dios por amor (lo
que excluiría la idea de que Dios es un Dios de amor,
capaz de inspirar amor en sus hijos). Lo que hace es
afirmar que Job sólo sirve a Dios por las ventajas que
esto implica; en resumen, porque Dios le ha dado ciertos
privilegios notables en la vida. La persona que enfrenta
el juicio en realidad no es Job, sino Dios.
Dios accede a permitir que Satanás quite a Job, sistemáticamente,
todas las ventajas que sostienen su profesión
de amor a Dios. Esto incluye sus riquezas, su familia,
sus amigos y finalmente su salud. En un sentido,
Satanás afirma que Job es como él, que su lealtad es
proporcional a los beneficios que recibe. Además, está
asegurando que conceptos como la fe, la esperanza y el
amor son una farsa. Nadie ama a Dios en verdad; sólo
le obedece por temor a las consecuencias. "Extiende ahora
tu mano y toca todo lo que tiene, y verás si no blasfema
contra ti en tu misma presencia", Satanás le dice a
Dios (Job 1:11).
Es importante que comprendamos el interés personal
que Satanás tiene en este conflicto. Si nadie ama genuinamente
a Dios por lo que es, entonces la economía espi-
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ritual del cielo y el universo no caído está en bancarrota.
Todo es una farsa. Por otro lado, si Job (y por extensión
todos los que seguimos a Dios) verdaderamente ama a
Dios y confía en él, entonces la posición de Satanás se
muestra vacía y egoísta. Satanás queda desenmascarado
como el mentiroso y traidor que realmente es, y la falsa
base de su rebelión queda eliminada.
Satanás ataca a Job en la peor manera, enlistando a
los amigos de Job e incluso a su esposa en sus esfuerzos
para apartarlo de Dios. La batalla queda finalmente
decidida en el capítulo 13, cuando, en medio de su desgracia,
Job exclama: "Aunque él me matare, en él esperaré"
(vers. 15). Job no sirve a Dios por temor o ambición.
Lo sirve en base al amor y la confianza. Su lealtad
no había sido comprada. Era resultado de su relación
con un Dios amante y digno de confianza.
La historia de Job es, en forma microcósmica, la historia
de todo el pueblo de Dios en este mundo. Es en
este nivel que vemos el primer aspecto del gran plan de
salvación de Dios. Como hemos visto, hubo la necesidad
de refutar los ataques que Satanás lanzó contra el carácter
de Dios. El nombre de Dios debía ser vindicado,
que es otra forma de decir que el universo demandaba
un despliegue total de la profundidad en la cual caemos
cuando rechazamos los principios de amor y confianza
que gobiernan espiritualmente el cielo. Sólo de esta manera
podría el universo estar seguro contra cualquier repetición
futura de la caída de Lucifer. El evento crucial
en este despliegue fue cuando Jesús, el Hijo mismo de
Dios, fue asesinado por sus seres creados. Nadie puede
dudar ahora cuáles son las consecuencias de apartarse
de Dios.
El hombre vindica a Dios
De una manera similar a la experiencia de Job, el
carácter de Dios es defendido cuando mostramos, por
medio de nuestra fe y amor, que Dios es todo lo que pretende
ser. En ese sentido, vindicamos a Dios. ¡Qué pri-
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vilegio tan sorprendente! Tenemos un papel importante
en cuanto a mostrar cuan amante es Dios.
¡Qué confianza ha puesto Dios en nosotros! ¡Qué desafío
esto significa!
Resolviendo el problema
del pecado
El gran conflicto entre Dios y Satanás alcanzó su culminación
en el Calvario. El maligno quedó desenmascarado
al incitar a sus seguidores a crucificar a Jesús. Así
se demostró que el pecado es esencialmente venal y depravado.
¿Usted cree que tiene una percepción clara de cuan
horrible es el pecado en realidad? ¿Ha pensado alguna
vez cuan desagradable resulta para Dios?
Al escribir estas páginas, casi todos los periódicos
están publicando una noticia acerca de un hombre que
mantenía a mujeres jóvenes encadenadas y desnudas en
su sótano, abusando de ellas, privándolas de alimentos,
golpeándolas, y finalmente despedazando sus cuerpos
cuando morían. Es una historia terrible, una que no me
agrada mencionar. No obstante sirve para subrayar lo
que he dicho. ¿Cómo es que una criatura hermosa e inocente
al nacer pudo haber llegado a esa depravación?
¿Cómo es que el pequeño niño de alguna mujer pudo
convertirse en un monstruo tal?
¿Tiene usted una respuesta? Yo no. El pecado no tiene
una explicación racional.
El pecado transforma a personas buenas en monstruos.
Nos roba toda nuestra pureza y nobleza de carácter.
Distorsiona la belleza conferida por nuestro Creador
a nuestra raza y nos convierte en una especie subhumana
sin principios morales, sin sensibilidad, y totalmente
privada de control.
El pecado debe ser eliminado del universo. Pero,
¿cómo?
Este era el dilema que Dios debía enfrentar. La solu-
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ción más sencilla era la de eliminar la posibilidad de pecar.
Todo lo que Dios tenía que hacer era quitarnos la
facultad de libre albedrío. Entonces habríamos hecho
exactamente como él deseaba, como un ejército de robots.
Pero hacer esto iría en contra del mismo propósito
de Dios al crearnos. Dios no podía entablar una relación
de amor con un ejército de robots.
Si suponemos que Dios no está dispuesto a eliminar
el libre albedrío, ¿cuál sería otra solución para el problema
del pecado? Eliminar a los pecadores y empezar de
nuevo. Desde luego, esto significaría eliminarnos a todos
los que hemos nacido alguna vez. La Biblia es muy clara
en cuanto a la pecaminosidad humana: "No hay justo,
ni aun uno" (Romanos 3:10).
En el amplio plan de salvación, Dios no se preocupaba
solamente por la vindicación de su propio nombre.
Eso era importante, desde luego, porque sus criaturas
no podrían confiar en él a menos que él mereciese su
confianza, y Satanás había introducido dudas sobre este
mismo asunto. Pero eso no era toda la extensión del
plan de salvación. También tiene una aplicación muy
personal para la raza humana.
Uno de los mayores desafíos que Dios enfrentó en
cuanto al plan de salvación fue el de preservar la vida de
sus hijos, a la vez que libraba al universo de la fea mancha
del pecado. El problema era de naturaleza práctica.
Los ángeles habían echado su suerte cuando Satanás fue
arrojado del cielo. ¿Cómo es que Dios podía preservar a
sus hijos aquí en la Tierra, a la misma vez que resolvía,
de una vez por todas, el problema del pecado?
El pecado en el planeta Tierra
Casi todos han escuchado la historia de la caída de
nuestros primeros padres. Adán y Eva vivían en el hermoso
jardín del Edén, donde caminaban con Dios en las
tardes frescas y aprendían sus enseñanzas. En el jardín
había un árbol especial, conocido como el árbol del bien
y el mal. A Adán y Eva se les advirtió que se mantu-
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vieran apartados de este árbol. Dios les dijo: "De todo
árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia
del bien y del mal no comerás; porque el día que de
él comieres, ciertamente morirás" (Génesis 2:16-17).
Muchos han especulado sobre porqué Dios puso este
árbol prohibido en el jardín. ¿Estaría acaso tentando a
Adán y Eva? ¿Estaría preparándoles una emboscada
para que cayeran?
Desde luego que no. El amor de Dios es la única constante
en este mundo impredecible. Creo que la existencia
del árbol era esencial para la libertad del hombre. Al
ponerlo en el Edén, Dios estaba haciendo una afirmación
explícita acerca de la naturaleza de su amor por
la humanidad y la felicidad que esto conlleva. Explicó
las consecuencias de apartarse de él, pero hizo completamente
evidente que el hombre tenía la libertad de
escoger. Por eso es que el árbol tenía que ver con el conocimiento
del bien y el mal. Al escoger apartarse de él,
Adán y Eva aprendían acerca del bien y la vida. Si escogían
comer de él, aprenderían acerca del mal y la
muerte. Eran libres para escoger. El árbol estaba allí en
el jardín.
No sólo el árbol estaba allí, sino' que allí también
estaba Lucifer. El árbol era el único lugar en el jardín
donde el ángel caído podía tener acceso directo a Adán
y Eva. Su presencia indicaba el hecho de que el pecado
no siempre es pasivo, no sólo implicaba la mera presencia
del árbol. Algunas veces es también activo; nos persigue
agresivamente, llamándonos cuando menos lo esperamos.
Un día mientras Eva caminaba cerca del árbol, Lucifer,
en la forma de una serpiente, la llamó. Después de
presentarse, la serpiente comenzó a invitar a Eva a que
tomase una fruta del árbol y la comiese. (Lea la historia
en Génesis 3.)
Puede parecemos un asunto simple y sin importancia.
¿Qué diferencia podía significar una fruta? ¿Qué podría
significar una pequeña mentira? ¿O un pequeño
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acto de deshonestidad? Puede parecer que no importe.
Pero la vida de una persona está compuesta de pequeñas
decisiones, una detrás de la otra hasta que se forma
un patrón definido.
De hecho, algunos años más tarde, cuando uno de los
hijos de Eva, Caín, mató a su hermano Abel, fue que se
revelaron claramente las consecuencias de la pequeña
decisión que ella tomó aquel día en el jardín. El pecado
es como una bomba de tiempo que espera el momento
más inoportuno para explotar.
La serpiente le dijo a Eva que no moriría si comía del
fruto del árbol. Le dijo que Dios sólo deseaba que no alcanzara
el desarrollo completo de sus aptitudes y que
comer de la fruta sería una forma de afirmar su independencia.
Eva quedó hipnotizada por las palabras de la serpiente
y se dispuso a creer sus mentiras. Pero no era
necia. Sabía lo que estaba haciendo y lo que Dios le
había dicho. Probaría a Dios para ver si decía la verdad.
Una vez que comió de la fruta, la llevó a Adán, su
esposo, y lo persuadió a comer también. Cuando oyeron
a Dios que caminaba por el jardín, advirtiendo que habían
tomado un camino que los conducía hacia la ruina,
se escondieron tras los arbustos.
Desde ese tiempo la humanidad ha continuado escondiéndose
de Dios.
Luego que Satanás conquistó a Adán y Eva para su
causa, proclamó su autoridad sobre el planeta Tierra.
Después de todo, ¿acaso la familia humana no había pecado,
al igual que él?
No. No en el mismo sentido. Lucifer había pecado
siendo un ser maduro que había morado en el mismo
centro del universo de Dios. El suyo fue un acto de rebelión
abierta, con pleno conocimiento de lo que él estaba
haciendo. No había nada más que Dios pudiera decirle
a Lucifer para recobrar su afecto.
No era así con el hombre. Adán y Eva habían sido en-
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ganados para que desobedecieran a Dios. Todavía había
esperanza de que aprendieran a amar a Dios tanto como
él los amaba a ellos, y de que confiaran en él aun frente
a las mentiras de Satanás.
¿Pero cómo lograrlo?
Sólo había una manera: El amor de Dios debía ser expresado
dramáticamente en contraste con la vanidad y
deformidad del pecado. Y para lograr esto, la familia
humana tendría que vivir en un mundo que en forma
creciente mostraría el resultado del pecado, un mundo
de degeneración y deterioro moral. Dentro de ese mundo
Dios introduciría su amor de una manera pura e indiscutible,
un rayo de brillante luz en medio de la oscuridad.
El contraste entre el bien y el mal sería dibujado
en sus detalles más severos.
Entonces el hombre podría escoger.
Una misión de amor
La solución de Dios es sencilla en su concepto, no obstante
involucra el sacrificio más profundo en la historia
del universo. "Porque de tal manera amó Dios al mundo,
que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel
que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.
Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar
al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él" (S.
Juan 3:16-17).
Dios envió a su Hijo en una misión de amor, una misión
que exigiría su muerte.
El apóstol Pablo presenta este tema de una manera
resumida:
"Porque Cristo, cuando aún éramos débiles, a
su tiempo murió por los impíos. Ciertamente,
apenas morirá alguno por un justo; con todo,
pudiera ser que alguno osara morir por el bueno.
Mas Dios muestra su amor, para con nosotros, en
que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros"
(Romanos 5:6-8).
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¿Cómo es que Dios demostró su amor por nosotros?
Al enviarnos a su Hijo Jesús para salvarnos, cuando no
podíamos salvarnos a nosotros mismos. ¿Pero por qué
tuvo que morir Jesús? ¿No podía Dios haber resuelto el
problema del pecado sin pagar el precio de la sangre de
su propio Hijo?
La respuesta sencilla a esta pregunta es que, de
acuerdo con el principio de justicia que rige el gobierno
de Dios, el pecado demandaba un rescate de sangre. "La
paga del pecado es muerte" (Romanos 6:23). Un justo
debía morir para cancelar la deuda de injusticia. Y nadie,
sino Dios mismo, tiene verdadera justicia para ofrecer.
Pero esta sencilla respuesta, aunque exacta en su aplicación
específica, no es muy útil para explicar el tema de
la paga del pecado de una manera que nos ayude a entender
lo que Dios está haciendo en nuestras vidas.
Para ayudarnos a entender esto, es mejor que pensemos
en el pecado no como un acto específico de desobediencia
o maldad, sino como una forma de falta de fe o
de confianza. Adán y Eva pecaron porque no creyeron
en el amor de Dios lo suficiente como para confiar en él.
Así que cuando la serpiente acusó a Dios de engañarlos,
y de mantener la sabiduría oculta del árbol del conocimiento
del bien y el mal para sí mismo, le creyeron (ver
Génesis 3:5).
Mientras que los seres humanos tengan alguna duda
en cuanto al ilimitado amor de Dios por nosotros, siempre
existirá la tentación de independizarse de Dios. Por
eso es que Dios nos dio una demostración irrefutable de
su amor. Envió a su Hijo para que muriese en nuestro
lugar, para que nosotros pudiésemos vivir. Al mostrar
su fidelidad para con nosotros, Dios desea despertar una
reacción de fe en nosotros. El texto que citamos anteriormente:
"La paga del pecado es muerte", es sólo la
primera parte de ese versículo. Continúa diciendo: "Mas
la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor
nuestro" (Romanos 6:23). Dios ha decidido ganarnos
para sí, no por la coerción, sino dándonos un obsequio
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totalmente inigualado: el don de la vida de su Hijo.
Dios le dice a la raza humana: "Ustedes no pueden
salvarse por sí mismos. El pecado los tiene encadenados;
por lo tanto, yo actuaré en su favor. Tomaré sobre mí la
carga del pecado y la llevaré hasta la tumba, para que
ustedes puedan ser libres". Como San Pablo escribió:
"Pues si por la transgresión de uno solo reinó la muerte,
mucho más reinarán en vida por uno solo, Jesucristo,
los que reciben la abundancia de la gracia y del don de
la justicia" (Romanos 5:17).
Jesús canceló todas las deudas en la cruz. Su justicia
llegó a ser la justicia del hombre. La injusticia del hombre,
Cristo la llevó a la tumba.
"Pero Dios, que es rico en misericordia, por su
gran amor con que nos amó, aun estando nosotros
muertos en pecados, nos dio vida juntamente
con Cristo (por gracia sois salvos)" (Efesios 2:4-
5).
Dios hizo por nosotros lo que nunca hubiéramos podido
hacer solos: Nos reconcilió consigo mismo.
Vida a través de Cristo
Para poder captar el amplio alcance de la salvación,
debemos advertir que ésta opera en varios niveles simultáneamente.
Es un tejido intrincado, en el que se
entrelazan todos los intereses divinos.
Mi compañero de cuarto en la universidad y yo salimos
a acampar en cierta ocasión. Cuando el camino bordeaba
un pico montañoso decidimos escalarlo para ganar
camino. Yo fui primero y él me siguió. A la mitad
del camino, mi amigo me comunicó que sus rodillas estaban
temblando y que temía caerse.
Descendí hasta donde él estaba. Dejando que apoyase
su peso sobre mis hombros y literalmente colocando sus
pies en las grietas de las rocas, pudimos llegar hasta
abajo sanos y salvos.
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Al ayudarlo, yo tenía dos sentimientos diferentes. Por
un lado, advertía que él estaba en peligro y quería socorrerlo.
Esta era una motivación bastante noble. Por
otro lado, mi compañero de habitación era un individuo
"rudo" y musculoso, mientras que yo era un debilucho
de unos 44 kilos (98 Ib). En cierto sentido, al salvarlo a
él me estaba desquitando por todas las veces que me
había hecho sentir inferior. Esta no era una motivación
noble. Ninguna de las dos razones era más poderosa que
la otra, las dos tenían la misma intensidad.
Vimos anteriormente que dentro del alcance más amplio
de las motivaciones de Dios está el vindicar su propio
carácter. Salvar a la humanidad era una motivación
igualmente importante, aunque de una naturaleza más
personal. Pero hay un nivel personal de motivación para
las acciones de Dios que es incluso más específico que el
de proveer salvación para la raza humana. El quiere
efectuar la salvación de cada individuo: usted y yo.
Lo que Cristo logró en el Calvario se aplica a cada ser
humano. En la cruz se hizo provisión para sus pecados
y los míos.
"Así que, como por la transgresión de uno
vino la condenación a todos los hombres, de la
misma manera por la justicia de uno vino a
todos los hombres la justificación de vida.
Porque así como por la desobediencia de un
hombre los muchos fueron constituidos pecadores,
así también por la obediencia de uno,
los muchos serán constituidos justos" (Romanos
5:18-19).
La vida a través de Cristo es un hecho innegable y
ajeno a nuestros logros. No la merecíamos. No participamos
en el proceso que la hizo posible. Dios nos salvó
porque nos ama. Eso es todo.
Sin embargo, después de haber luchado tanto porque
conserváramos nuestro libre albedrío, Dios no podía
obligarnos a aceptar la salvación que había provisto.
20
Hacer así iría en contra del propósito mismo de la salvación.
El don de Dios es para nosotros, pero no se nos
aplica a menos que nosotros lo decidamos así. A menos
que escojamos aceptarlo.
La relación de fe
No hay manera de entender la economía espiritual de
Dios en el nivel personal que no sea en el contexto de
una relación. Algunos han tratado de describir la salvación
como meramente una transacción legal, y hay algunos
aspectos del proceso que se prestan a esa descripción.
Palabras tales como justificación y redención a menudo
son usadas en este contexto. Son palabras útiles,
una especie de taquigrafía para los teólogos que describe
en un lenguaje técnico conceptos de una complejidad y
sutileza sorprendentes.
No obstante, la amplitud de los actos de Dios a
nuestro favor no puede ser descrita con la frialdad de
unas meras palabras. La salvación, en su forma básica,
es un asunto de relación; es el esfuerzo divino de ganarnos
para sí por medio de su amor. Dios desea compartir
la eternidad con nosotros. Está buscando amigos y
familiares, no a extraños ni a siervos, para que habiten
el universo. El ha actuado en nuestro favor con el deseo
de demostrar cómo se siente acerca de nosotros. Ha
puesto su corazón al descubierto con la esperanza de
que —en presencia de su amor— confiemos en él.
Lo que Jesús logró en el Calvario canceló la deuda del
pecado. Más que eso, nos mostró cuan lejos Dios está
dispuesto a ir por nosotros. Sólo el poder del amor puede
establecer un universo estable, al igual que la base
para cualquier relación exitosa a largo plazo es el respeto
y el afecto mutuos.
Consideremos una analogía humana. Para que un
hombre o una mujer sea fiel a su cónyuge, debe amarlo.
En el transcurso de la vida hay numerosas oportunidades
de ser infiel. Si el temor de ser descubierto es la única
restricción, siempre vendrá una oportunidad en la
21
que no haya ocasión aparente de que esto suceda. Si el
temor a la enfermedad o al embarazo es el único impedimento,
siempre habrán oportunidades que no ofrezcan
riesgo, o la presión de la tentación puede adquirir tal intensidad
que tales preocupaciones sean opacadas. Pero
cuando nuestros intereses y nuestro afecto están dirigídos
hacia nuestro cónyuge, y él o ella es la única persona
de quien estamos enamorados, la presión de la tentación
será mucho menor.
En última instancia, las personas hacen lo que desean
hacer. Si lo que desean es a alguien —quien sea—
que no es su cónyuge, encontrarán la oportunidad para
lograr lo que desean, abierta o disimuladamente. Si no
en obras, por medio de los pensamientos o la fantasía.
Pero si la persona que desean es su cónyuge, la vida se
convierte en una eterna celebración del amor.
Así que, ¿cuál es el meollo del asunto? Que Dios quiere
que lo deseemos. El sabe que no hay otro fundamento
para un universo seguro que el del amor mutuo.
No hay forma de captar lo que es el plan de salvación
sin entender esto: Dios desea que lo deseemos. El universo
estará seguro sólo cuando nuestros deseos estén de
acuerdo con lo que Dios nos ofrece. Esto es lo que Jesús les
dijo a sus discípulos, "Y yo, si fuere levantado de la tierra,
a todos atraeré a mí mismo" (S. Juan 12:32). Por medio
de su completo sacrificio de amor, Jesús desea tocar
nuestros corazones. Desea acercarnos a él. Desea
unirnos a él con cuerdas de amor. El plan de salvación se
basa en que Dios tiene fe en que nosotros lo aceptaremos
cuando entendamos cuánto él nos ama.
Esa respuesta es el concepto detrás de dos palabras
teológicas importantes: fe y aceptación.
La respuesta cristiana a Dios
Los teólogos a menudo presentan nuestra respuesta a
Dios como un asunto complejo. El resultado ha sido que
algunos de nosotros nos hemos preguntado si tenemos
una fe genuina. Creemos en Dios, pero, ¿tenemos sufi-
22
ciente fe para ser salvos? De esa manera la fe se convierte
en otra obra que debemos efectuar para ser aceptables
ante Dios. En ese proceso de conseguir suficiente
fe, perdemos de vista el verdadero objetivo.
Jesús les dijo a sus discípulos: "Si tuviereis fe como
un grano de mostaza, diréis a este monte: Pásate de
aquí allá, y se pasará" (S. Mateo 17:20). La fe no se
mide en cantidades. La cantidad más minúscula de fe es
totalmente adecuada para los logros más maravillosos
por parte de Dios. La fe es sinónimo de confianza. Cuando
lleguemos a confiar en Dios —que también es otra
forma de decir que lleguemos a amarlo— desearemos su
compañía. Desearemos que sus caminos sean los nuestros.
Desearemos a Dios.
De eso es que trata el plan de salvación. Dios nos
ama. Desea que lo queramos. Es así de sencillo.
Como lo dijo el apóstol Pablo:
"Si confesares con tu boca que Jesús es el Señor,
y creyeres en tu corazón que Dios le levantó
de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón
se cree para justicia, pero con la boca se confiesa
para salvación. Pues la Escritura dice:
Todo aquel que en él creyere, no será avergonzado"
(Romanos 10:9-11).
Hay un concepto básico que debemos entender cuando
consideramos el asunto de la salvación personal: Dios no
desea excluir a nadie del cielo. El desea que todos puedan
entrar. La iglesia cristiana, aunque a veces lo parezca,
no es un club exclusivo. Dios no está buscando a
"unos pocos buenos"; él ha abierto ampliamente las
puertas del cielo y ha hecho posible que todos podamos
entrar. Por eso es que la palabra Evangelio significa
precisamente buenas nuevas.
La salvación está disponible para todos
Entonces todos serán salvos, ¿no es así?
23
No. Todos pueden ser salvos. Todos tienen la posibilidad
de salvarse. Pero, desafortunadamente, no todos lo
serán.
¿Por qué? Básicamente porque no todos quieren salvarse.
Tomemos a Lucifer, por ejemplo. ¿Estará él deseoso
de regresar al cielo? De ninguna manera. Por supuesto
que le gustaría librarse del castigo que le espera; pero
para él, el cielo sería un infierno. De hecho, lo fue. La
sola atmósfera del cielo lo ofendía. Todo el amor. Todo
el afecto. Toda esa confianza. Todo esto lo asqueaba. Le
parecía estúpido y humillante.
Tomemos a un hombre promedio sentado frente al televisor
el domingo de tarde y viendo un partido de fútbol.
No se ha afeitado ni dado un baño en todo el fin de
semana. Tiene un recipiente de palomitas de maíz en
una mano y una cerveza en la otra. "¡Asesínenlos! —grita
cuando su equipo está en la defensiva—. ¡Adelante,
adelante!", exclama cuando éste está en la ofensiva.
Haga lo siguiente. Acerqúese a este individuo y apagúele
la televisión. Sonríale y dígale: "¡Oye, Carlos! ¿Por
qué no te vistes y vas conmigo a la ópera?" ¿Cuál cree
usted que será su reacción?
Después de haber esquivado el zapato que le lance,
usted tendrá que aceptar el hecho de que a Carlos no le
interesa la ópera. El preferiría que lo atasen a una silla
y le diesen de latigazos antes que vestirse de gala y sentarse
durante horas para escuchar lo que considera "la
música más aburrida e inútil de todas".
Pero, ¿acaso no todos desean la salvación, consideran-.
do cuál es la alternativa? Nadie quiere quemarse en el
infierno, desde luego. Pero la triste verdad es que muchos
no desean el cielo tampoco. Cuando sentimos temor
a las consecuencias inmediatas, la mayoría de nosotros
estamos dispuestos a decir o hacer lo que sea. Todos hemos
escuchado acerca de las conversiones de "trinchera",
en las que las personas les prometen a Dios cualquier
cosa si él los libra del peligro, cuando su vida está
24
en riesgo. "Voy a ser bueno, Señor. Nunca volveré a pecar.
Iré a la iglesia todas las semanas. Nunca miraré a
otra mujer que no sea mi esposa. Pagaré mis diezmos.
Haré lo que sea con tal que me salves".
¿Pero serán honestas estas promesas? ¿Qué pasa
cuando Dios interviene y seguimos vivos? ¿Cumplimos
nuestras promesas? Pocos son los que lo hacen. La mayoría
se encoge de hombros y dice: "Gracias de todas formas,
Dios. Ya no te necesito ahora".
De nuevo entramos en el tema de las relaciones.
Dios no se engaña con nuestros cuentos. El lee nuestros
corazones. El sabe si estamos jugando, o si verdaderamente
deseamos que more en nuestros corazones.
El ha mostrado que está dispuesto a todo con tal de
ganar nuestro amor.
El universo de Dios fue diseñado para ser un lugar
de amor y confianza. Se planeó como un medio ambiente
diametralmente opuesto a lo que conocemos actualmente.
Y cuando el mal llegue a su fin, todo volverá a ser
como antes. Para una persona que ama el pecado, el cielo
sería desesperadamente aburrido y vacío. Como un
concierto de música de cámara para un fanático de
hockey. Como un concurso de bordado para un conductor
de autos de carrera.
El plan de salvación fue diseñado para satisfacer las
necesidades de la humanidad. No fue diseñado para forzar
a los que no sienten ninguna necesidad. La salvación
está a nuestra disposición. Pero no nos será impuesta.
Viviendo la vida cristiana
El aspecto final del plan de salvación involucra el impacto
del amor de Dios sobre la manera en que vivimos.
Cindy había aceptado a Jesús como su Salvador personal.
Estaba sumamente entusiasmada por haber llegado
a ser cristiana. Dios era muy real para ella; sentía
su presencia en cada aspecto de su vida. Pero por alguna
razón, parecía que Cindy no podía poner su vida
25
personal en orden. Aunque tenía la mejor de las intenciones,
continuaba cayendo en el pecado. Tenía una camiseta
que decía: "Tantos hombres, tan poco tiempo". Y
su vida concordaba con el letrero. Quería mejorar, pero
era muy débil.
¿Era Cindy una verdadera cristiana? ¿Acaso una cristiana
genuina continuaría cayendo en el pecado como
Cindy?
Muchos asegurarían que, en el nivel teórico, Dios
amaba y aceptaba a Cindy tal como era. Sin embargo,
en un nivel práctico y personal, quizá nos sintamos muy
incómodos cerca de alguien como Cindy. Tendríamos la
insistente sospecha de que si Cindy fuera completamente
sincera, habría crecimiento en su vida. Por mucho que
quisiéramos que Cindy fuese aceptada y formase parte
de la iglesia, no querríamos que nuestras hijas ni
nuestros hijos pasasen mucho tiempo con ella.
¿Por qué? Porque todos esperamos que las acciones
sean un reflejo de la actitud de las personas. Creemos
que la fe genuina produce una vida cambiada.
Cindy puede ser un ejemplo extremo, pero muchos de
nosotros conocemos la experiencia de haber tratado arduamente
de vivir la vida cristiana, sólo para sufrir un
chasco por causa de nuestra conducta.
¿Cómo es que una persona puede vivir una vida de fe
dinámica? La Biblia nos dice: "De modo que si alguno
está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron;
he aquí todas son hechas nuevas" (2 Corintios 5:17).
A esta experiencia se la llama el "nuevo nacimiento" y
constituye una realidad espiritual vital.
El plan de salvación no es complicado. Involucra el
sorprendente sacrificio de amor de Dios para atraernos
hacia él e incluye nuestra aceptación de ese don. Cada
vez que tratamos de añadir otros elementos a esta mezcla,
disminuimos su vitalidad y dificultamos su comprensión.
No obstante, este bosquejo sencillo y elocuente de la
salvación tiene un gancho: Debe vivirse en medio de un.
26
mundo real y en el mundo tenemos que luchar diariamente
contra tentaciones muy reales.
A lo largo de los siglos han vivido hombres y mujeres
que han tratado de apartarse del mundo para no tener
que enfrentar tentaciones y pruebas. Pero el resultado
siempre ha sido el mismo: su espiritualidad gradualmente
se fue distorsionando. Los cristianos deben vivir dentro
del mundo, luchando cada día contra las presiones del
pecado y aprendiendo a confiar cada día más en Dios.
La vida cristiana de ninguna forma implica aislarse
del duro mundo de la realidad. Ser cristianos no nos hace
inmunes a los problemas ni a las tentaciones. Vivir una
vida cristiana normal involucra una lucha constante contra
los rasgos más oscuros de nuestra naturaleza. No nos
"curamos" de la tentación cuando somos salvos. Sólo hemos
transferido nuestra lealtad a un nuevo Señor y nos
hemos conectado con una nueva fuente de poder.
La aventura cristiana
Cuando acepto a Jesús como mi Salvador, me inicio
en una aventura maravillosa. Anteriormente, había sido
leal sólo a mí mismo. Ahora decido ser leal a alguien
más. "Porque el amor de Cristo nos constriñe, pensando
esto: que si uno murió por todos, luego todos murieron;
y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan
para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos"
(2 Corintios 5:14-15).
Dios está obrando en la vida del cristiano. Nos cambia
de hombres y mujeres egoístas y pecaminosos, en seres
humanos amantes y serviciales. Nos reconcilia consigo
mismo y entonces nos pide que nos ocupemos en la
reconciliación de otros. "Todo esto proviene de Dios,
quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio
el ministerio de la reconciliación" {2 Corintios 5:18).
Este cambio no ocurre de la noche a la mañana. A veces
parece que por cada paso que damos hacia adelante,
damos dos hacia atrás. Pero Dios nunca se desanima y
nosotros tampoco debiéramos hacerlo. Tal como escribió
27
el apóstol Pablo: "Siempre en todas mis oraciones rogando
con gozo por todos vosotros, por vuestra comunión en
el evangelio, desde el primer día hasta ahora; estando
persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la
buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo"
(Filipenses 1:4-6).
El proceso de nuestra transformación está en las mejores
manos posibles: las manos de Dios. ¿Pero habrá
algo que nosotros pudiéramos hacer para ayudarlo? Desde
luego. Podemos cooperar bastante con Dios mientras
él nos dirige en medio de circunstancias que nos convierten
en seres humanos más cariñosos y amables. El
proceso de refinar nuestros caracteres es uno en el que
nuestra voluntad y nuestro esfuerzo juegan un papel
muy importante.
Pero debemos tener mucho cuidado para no confundir
la obra de Dios con la obra del hombre.
La obra de Dios y la obra del hombre
Si hay un aspecto de la vida cristiana que ha causado
más confusión y desacuerdo entre los cristianos que ningún
otro, es el asunto de cómo se relacionan nuestras
obras con lo que Dios ya ha hecho en el Calvario. Algunos
dicen que no hacemos nada; otros argumentan que
tenemos una participación muy importante.
El asunto que debe quedar claro en nuestras mentes
es la distinción entre la salvación y la edificación del
carácter. La salvación es un don gratuito de Dios. Nada
de lo que logramos en el área de la edificación de
nuestro carácter nos hace más merecedores de la salvación
ni nos concede este supremo don. Esto es algo
totalmente ajeno a nosotros, logrado por Dios en base a
lo que él es y no por causa de lo que nosotros somos.
Después de toda una vida de crecimiento y maduración
cristiana, no merecemos la salvación ni un ápice más
que cuando primero aceptamos a Cristo. Nuestra única
función en relación con la salvación es la de aceptarla.
Pero no cometa un error. Dios tiene planes ambicio-
28
sos para nosotros. El desea reconstruir en nosotros el
carácter amante que Adán y Eva tenían antes de la
caída, y él necesita nuestra cooperación para lograrlo.
Al final del ministerio terrenal de Jesús, él reunió a
sus discípulos y les dio su mensaje final. Les lavó los
pies para mostrarles el principio de la humildad. Comió
la Pascua con ellos y partió el pan, ilustrando cómo su
cuerpo sería quebrantado por ellos y por el resto de la
humanidad. Finalmente les dijo:
"Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis
unos a otros; como yo os he amado, que también
os améis unos a otros. En esto conocerán todos
que sois mis discípulos, si tuviereis amor los
unos con los otros" (S. Juan 13:34-35).
¿Será posible exigir amor? Sí. Porque el amor no es
lo mismo que afecto. Ni tampoco es pasión. El amor es
interesarnos por el bienestar de otros como Jesús se interesó
en nosotros. Es estar dispuestos a entregarnos a
nosotros mismos totalmente y sin egoísmo. Jesús dijo:
"Este es mi mandamiento: Que os améis unos a otros,
como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que este,
que uno ponga su vida por sus amigos" (S. Juan 15:12-
13). Este tipo de amor es la misma esencia del cielo y
es algo que recibimos de Dios y lo desarrollamos por la
práctica. Es algo en lo que, por la gracia de Dios, podemos
mejorar mientras más lo practicamos.
El gran objetivo de Dios para nosotros es que aprendamos
a amar. El sabe que sin amor nunca podríamos
apreciar la vida eterna. Sin corazones transformados
por el amor, no encontraríamos felicidad en los atrios
celestiales.
Por eso es que Dios nos guía a través de circunstancias
en la vida que hacen posible que aprendamos a
amar. Por ejemplo, nos permite tener hijos, con todas
las maravillosas oportunidades para aprender a amar
que la crianza de niños nos provee. Nos presenta a otras
personas con necesidades especiales, ya sean individuos
29
o grupos numerosos de personas que necesitan de la
ayuda que sólo puede proveerse mediante un esfuerzo
colectivo. A menudo, el Señor permite que nos sobrevengan
crisis para producir en nosotros el crecimiento espiritual
que nunca habríamos experimentado de no ser
así. El nos da la oportunidad de crecer en infinidad de
maneras sutiles que casi nunca percibimos.
Pero debemos aprovechar estas oportunidades.
De nuevo, el asunto clave es nuestra decisión. Cuando
el plan de salvación comenzó, todo se fundamentó en el
don del libre albedrío. Dios permitió que esto sucediese,
de manera que fuésemos libres para escoger. El sacrificó
a su propio Hijo para asegurarnos esa libertad.
Así que ejercitemos nuestro libre albedrío escogiendo
a Dios y su voluntad en nuestra vida. Esta decisión no
sólo traerá como consecuencia nuestra salvación, sino
que también nos producirá felicidad presente.
Felicidad para siempre
—Papá, ¿por qué mueren los niñitos?
—Susana, el pecado causa su muerte. El pecado, feo
y. horrible. No el pecado de Consuelo. No el pecado de
sus padres. Sino el pecado del cual todos hemos sido
participantes voluntariamente. No hay manera de ocultar
la dura verdad de que nosotros —la raza humana—
somos culpables por haber caído en el pecado. Y advertimos
los trágicos resultados en nuestro mundo maldito
por la presencia de este mal.
—Pero las buenas nuevas, Susana, es que Dios ha diseñado
un plan maravilloso para terminar todo el sufrimiento
y la muerte. Y mejor aún, es un plan que nos
asegura que el pecado jamás volverá a levantarse.
Detrás de todas las tragedias en nuestro mundo podemos
ver las evidencias de la intención de Dios. El no
puede cambiar las consecuencias del pecado, a menos
que haciéndolo destruya la única esperanza que todos
tenemos de que se ponga un fin al reino del pecado.
30
Para poder alcanzar este objetivo maravilloso, la aniquilación
total del pecado, Dios ha pagado un precio sorprendente:
un sacrificio de amor.
Un día, después de que el pecado haya sido erradicado
y que esa celebración de la vida llamada eternidad haya
comenzado, Susana y Consuelo podrán sentarse juntas
nuevamente debajo de un hermoso sauce y compartir sus
almuerzos. Sonreirán al observar las piruetas de las ardillas
que danzarán a su alrededor libremente, y pasarán
largas horas juntas recuperando el tiempo perdido.
Y el gran plan de salvación de Dios se habrá completado.
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