miércoles, 14 de diciembre de 2011


Adoración.
Esta palabra denota el mérito de un individuo para recibir honores especiales de acuerdo con su valía. Los términos bíblicos principales, el hebreo saha y el griego proskyneo, enfatizan el acto de postración, la acción de reverencia. La adoración es debida solamente a Dios (Exo. 20:3; Mat. 4:10; Apoc. 22:9). Acciones tales como inclinar con reverencia la cabeza (Ex. 34:8), levantar las manos (1 Ti. 2:8), arrodillarse (1 R. 8:54), y postrarse (Gn. 17:3; Ap. 1:17) manifiestan externamente la adoración interna que el alma dirige a Dios. En muchos de los Salmos (Sal. 93, 95-100) Dios es adorado por su majestad y poder, su providencia y bondad, su justicia y su santidad. Jesús recibió adoración en el día de su nacimiento (Mt. 2:11), durante su ministerio (Mt. 8:2; 9:18; 14:33; 15:25; 20:20), y después de de su resurreción (Mt. 28:9,17). Los hombres (Jn. 9:38), los ángeles (He. 1:6) y hasta los demonios (Mr. 5:6) se entregan a esta adoración. Y por cierto, no hay ningún peligro en adorar a Jesús, porque él es Dios encarnado (Jn. 1:1-4; Fil. 2:5-11). La adoración de objetos materiales está estrictamente prohibida (Ex. 20:1-6; Isa. 44:12-20). También se condena la adoración a los ángeles (Col. 2:18; Ap. 19:10), a los hombres (Hech. 10:25), o a Satanás (Lc. 4:7-8).

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