viernes, 17 de junio de 2011

Humildad.

HUMILDAD.
La importancia de esta virtud surge del hecho de que es parte del carácter de Dios. En el Sal. 113.5–6 se representa a Dios como incomparablemente elevado y grande, y sin embargo se humilla a prestar atención a las cosas que han sido creadas; mientras que en el Sal. 18.35 (2 S. 22.36) se atribuye la grandeza del siervo de Dios a la humildad (benignidad) que Dios le ha demostrado.

En todos los pasajes del AT que mencionan esta cualidad recibe alabanza (por ejemplo Pr. 15.33; 18.12), y a menudo las bendiciones de Dios recaen sobre los que la poseen. Moisés es vindicado en razón de ella (Nm. 12.3), mientras que Belsasar es reprendido por Daniel (5.22) porque no ha sacado provecho de la experiencia anterior de Nabucodonosor, que podría haber provocado en él una actitud de humildad. 2 Cr., en particular, la hace el criterio por el cual se ha de juzgar el desempeño de sucesivos reyes.

Este término está estrechamente relacionado, en derivación, con la aflicción, que a veces recae sobre los hombres por la acción de su prójimo, cosa que a menudo se atribuye directamente al propósito de Dios, pero que siempre está calculada para producir humildad de espíritu.

En forma similar, en el NT, en Mt. 23.12 y paralelos, se emplea la misma palabra para expresar el castigo que merece la arrogancia (la humillación) y el requisito previo de la promoción (la humildad). En el primer caso es un estado de bajeza que sobrevendrá por el juicio de Dios. En el segundo es un espíritu de humildad que permite que Dios envíe la bendición del adelanto o progreso. También Pablo la usa en Fil. 4.12 para describir su aflicción, pero se apresura a aclarar que la virtud reside en la aceptación de la experiencia, de modo que una condición impuesta desde afuera se convierte en la ocasión para la manifestación de la actitud correspondiente dentro de la persona. En la misma epístola (2.8) el escritor cita un ejemplo que debemos emular. la humildad de Cristo, que deliberadamente dejó de lado su prerrogativa divina y se humilló progresivamente, recibiendo a su debido tiempo la exaltación que inevitablemente ha ser el corolario.

Como ocurre con todas las virtudes, es posible simular la humildad; y el peligro está claramente expuesto en la carta que Pablo dirige a los colosenses. Cualquiera sea la traducción del difícil pasaje de Col. 2.18, es evidente que tanto allí como en 2.23 el apóstol se refiere a un impostor. A pesar de todas las apariencias de humildad, los falsos maestros en realidad están hinchados por el concepto que tienen de su propia importancia. Al colocar su propio sistema especulativo en contraposición con la revelación de Dios, niegan precisamente lo que su ascetismo parecería proclamar. Pablo advierte a sus lectores contra esta falsa humildad, y en 3.12 los exhorta a que su humildad sea genuina.

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