viernes, 20 de mayo de 2011

ORACIÓN INOPORTUNA Por Charles Spurgeon

Sermón 6
ORACIÓN INOPORTUNA
«... ¿Por qué clamas a Mí? ...» (Ex. 14:15).
Puede venir un tiempo cuando esta pregunta tiene que ser respondida, y éste fue el caso de
Moisés. Hay un tiempo cuando el clamor deberá dar lugar a la acción. Cuando ésta es escuchada
y el mar Rojo se divide, seria vergonzosa desobediencia permanecer temblando y orando.
I. A VECES LA RESPUESTA SERA POCO SATISFACTORIA.
1. Porque yo estoy orando por costumbre. Algunos han practicado la hipocresía repitiendo
formas de oración que aprendieron en su infancia.
2. Porque es parte de mi religión. Muchos oran como un danzarín del África o un faquir de
la India que se deja secar la mano; pero no saben nada de la realidad espiritual de la
oración (Mat. 6:7).
3. Porque me siento más satisfecho después de haber practicado tal costumbre. Si solamente
oráis para satisfacer vuestra mente acostumbrada a ello, ¿no será una burla al Dios vivo
que quiere escuchar la voz del alma y de la conciencia, y no aumentaréis con ello vuestro
pecado? (Is. 1:12, 15; Ez. 20:31).
II. A VECES LA ORACIÓN DEMOSTRARÁ IGNORANCIA.
1. Cuando impide el verdadero arrepentimiento. En vez de quitar el pecado y sentir pena por
él, algunas personas se quedan satisfechas con una oración de palabras. «Obedecer es
mejor que los sacrificios.» Y mejor que las oraciones.
2. Cuando es un estorbo para poner la fe en Jesús. El Evangelio no dice: «Ora y serás
salvo»; sino: «Cree en el Señor Jesucristo y serás salvo» (Mat. 7:21; Juan 6:47).
3. Cuando suponemos que nos hace aceptos a Dios. Debemos venir a El como pecadores y
no elevar nuestras oraciones como una muestra de nuestra justicia y piedad (Luc. 18:11-
12).
III. A VECES LA RESPUESTA SERÁ TOTALMENTE CORRECTA.
1. Porque debo orar. Estoy atribulado y debo orar o perecer. Los suspiros y clamores no son
para ordenar a Dios, sino una irresistible expresión del corazón (Sal. 42:1; Rom. 8:26).
2. Porque yo sé que seré escuchado y, por tanto, siento un fuerte deseo de acudir a Dios en
súplica. «Porque El ha inclinado su oído a mí, por tanto le invocaré en todos mis días»
(Sal. 116:2).
3. Porque yo me deleito en ello; trae reposo a mi mente y esperanza a mi corazón. Es un
dulce medio de comunión con mi Dios. «Para mí el acercarme a Dios es el bien» (Sal.
73:28).
4. ¿Por qué debe haber quienes dependen de sus propias oraciones?
 ¿En qué estado se hallan los que viven sin oración?
 ¿Qué son aquellos que no pueden dar razón del por qué oran, sino que
supersticiosamente repiten palabras que no salen del corazón?
Una inquiridora ansiosa a quien yo había explicado claramente el gran mandato del Evangelio:
«Cree en el Señor Jesús», resistía constantemente mis esfuerzos para llevarla a Cristo. Por último
exclamó: «¡Ore por mí, ore por mí!» Quedó muy sorprendida cuando le repliqué: «No lo haré de
ninguna manera. Yo he orado por usted antes; pero si usted rehúsa creer la Palabra del Señor, no
veo por qué debo orar por usted. El Señor le manda creer en Cristo, y si usted no lo hace, sino
que persiste haciendo a Dios mentiroso, usted se perderá, y lo tendrá bien merecido.» Esto la
trajo a razón. Me pidió que le explicara de nuevo el camino de la salvación, lo escuchó
atentamente y, como un niño, su rostro se iluminó al exclamar: «¡Señor, yo puedo cree!, ¡yo
creo, y soy salvada! Gracias por haber rehusado confortarme en la incredulidad.» Luego, añadió
suavemente: «Y ahora, ¿no orará por mí?» Naturalmente que lo hice y nos regocijamos juntos de
que podía ofrecer la oración de fe.
Durante un rápido deshielo de uno de los ríos de América un hombre quedó en una de las piezas
de hielo que todavía no se había separado de la masa grande. Sin embargo, en su terror, no lo
veía, sino que se arrodilló y empezó a orar a Dios en voz alta que lo librase.
Los espectadores que se hallaban a la orilla le gritaron a grandes voces: «Hombre, cese de
orar y traspase la grieta, que se está abriendo. Venga a la orilla.» Así podríamos decir a
algunos: «Cese de orar y crea en Jesús.» - El Cristiano, 1874.
En una ocasión cuando Bunyan estaba tratando de orar, el tentador le sugirió: «Que ni la
misericordia de Dios ni la sangre de Cristo tenían que ver con él, ni podían ayudarle a causa de
sus pecados, por lo tanto era en vano orar. Sin embargo, él se dijo dentro de sí: «Yo continuaré
orando.» El tentador le dijo: «Tu pecado es imperdonable.» «Bien -replicó él-, yo oraré.» Así que
empezó a orar de esta forma: «Señor, Satanás me dice que ni tu misericordia ni la sangre de
Cristo son suficientes para salvar mi alma; Señor, ¿cómo te honraré más, si creo que tú no me
echarás fuera, o creyendo lo que el tentador me dice? Señor, yo creo que tú no quieres ni puedes
hacerlo, por tanto continuaré honrándote creyendo que puedes, si quieres.» Y mientras hablaba
así, como si alguien me hubiese dado un golpe en la espalda, vino a trú mente la palabra de la
Escritura: «¡Oh hombre, grande es tu fe!»

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